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Dicen que el primer paso para solucionar un problema es aceptar que se tiene uno.

El segundo paso debería ser identificar claramente cuál es. Y el tercero, hacer algo para solucionarlo.

Mientras en el resto de la UE se piensa en cómo mejorar la competitividad empresarial, que son la base de la creación del bienestar de la sociedad, ¿qué hacemos nosotros? Según la mayoría, hacemos poco y tarde. Según otros, lo que hacemos, lo hacemos mal: las medidas gubernamentales, dicen, lejos de ayudar, agravan los problemas de nuestra maltrecha economía. Sea como sea, hacen falta nuevos impulsos.

Uno podría ser la inversión extranjera, que en los últimos años ha caído bastante. Que vengan a invertir alemanes, chinos o quienes sean no es malo. Pueden ayudarse a ellos mismos, accediendo a un mercado de 47 millones de consumidores, apostando por el futuro, o considerando que España es el acceso a Latinoamérica, por ejemplo. Y pueden ayudar a la empresa española en términos de productividad, fortaleza financiera, mantenimiento de la ocupación o transferencia de know-how, que no es poco. Además, y debido a las expectativas inciertas para los años venideros, las valoraciones de las empresas españolas no cotizadas son bajas. ¿Por qué no invertir ahora en España?

Aunque muchas empresas estén listas para competir a nivel internacional, ¿lo están la sociedad y el Estado, en el sentido de convertirnos en una ubicación atractiva?

Existe un problema de imagen muy serio. Eso se refleja en el riesgo-país –percibido en los mercados internacionales– esté empíricamente justificado o no. Dicha percepción está en la base de muchas decisiones empresariales. Pero además, la baja productividad, el escaso conocimiento de idiomas, los horarios o los cambios tributarios frecuentes no crean el entorno propicio. Es obvio que la relativa escasez de crédito frena las adquisiciones o inversiones, pero nuestros factores internos juegan fuertemente en contra de España.

Sea una excusa o no, las percepciones cuentan, y mucho. Para cambiarlo debemos comprometernos en un proceso continuo de mejora y de remoción de los obstáculos mencionados. Pero, puestos a escoger, quizás lo más prioritario sería realizar reformas laborales y fiscales serias en las líneas ya iniciadas por los gobiernos de nuestro entorno, sin olvidar que hacer empresa debe ser visto socialmente y en ámbitos educativos como una cosa necesaria y loable. Si no hay empresas viables, no hay ocupación, ni impuestos, ni servicios públicos, ni pensiones, ni inversiones en infraestructuras. Es una cuestión demostrable, no de ideología. Necesitamos un cambio de imagen y por tanto un cambio de actitud, tanto a nivel empresarial como gubernamental y social.

fuente: Expansión artículo impreso

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